La fiebre amarilla es una enfermedad hemorrágica vírica aguda transmitida por el mosquito Aedes. El término “amarilla” alude a la ictericia que afecta a algunos pacientes.
Según estimaciones, cada año se producen en el mundo unos 200 000 casos de fiebre amarilla que provocan unas 30 000 defunciones.
El virus causante de la fiebre amarilla es endémico en zonas tropicales de África y América Latina, regiones cuyas poblaciones totalizan en conjunto unos 900 millones de personas. En países exentos de fiebre amarilla se registra un pequeño número de casos importados.
Los síntomas de la enfermedad incluyen fiebre, mialgias con dolor de espalda intenso, cefaleas, escalofríos, pérdida de apetito y náuseas o vómitos. La mayoría de los pacientes mejoran y los síntomas desaparecen en 3 o 4 días.
Sin embargo, a las 24 horas de la remisión inicial, el 15% de los pacientes entran en una segunda fase, más tóxica. Vuelve la fiebre elevada y se ven afectados diferentes sistemas orgánicos. El paciente se vuelve ictérico rápidamente y se queja de dolor abdominal con vómitos y hemorragias internas. La mitad de los pacientes que entran en la fase tóxica mueren en un plazo de 10 a 14 días.
No existe ningún tratamiento específico para la fiebre amarilla, salvo la atención de sostén para tratar la deshidratación, la insuficiencia respiratoria y la fiebre.
La vacuna representa la medida de prevención más importante contra la fiebre amarilla. La vacuna es segura, asequible y muy eficaz. Una única dosis basta para proporcionar protección de por vida contra la enfermedad.
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